TRÍPTICO DEL OSO RUPESTRE Y EL CABALLO CAVERNARIO

I
PRIMER VERANO

Me zambullí de lleno en la vorágine de su innata herida abierta,
palpando humedad sobre la piedra uterina, en el tacto rosado sobre la humedad, la fe ciega de los altares sonrió antiquísima desde primer momento,
volvió su rostro certero y…
¡Qué cálido techo para despertar en la vida!
¡Que frescas las hojas grandes para guarecerse!
Que cálido pecho para ungir de nuevo mi muerte,
para tratar de tropezar con el filo de su fresco cuchillo
y así navego ensangrentado y flaco sobre precipicio,
no he probado bocado, todo un invierno,
exhumando en el barro las venus labradas en mi propio hueso,
trazando las líneas sinuosas de la caza en las paredes de almendra,
trazando mis propias manos en el rojo de la sangre
porque aquí no hay más velas que venas,
ni menos charcos que sangren sobre el cruel desfiladero de este verano.

II
SEGUNDO VERANO

Viviendo en el letargo peludo para no oler sus caras, dentro de la caverna para no oler más que lo cercano, para que su espíritu se eleve en mi mano berreada
el oso ivernanio parece bailar,

su sombra parece bailar al fondo de la alacena
junto a los platos muertos y pálidos.
Los cacharros olvidaos y yo hemos hecho amistad en el oratorio,
nos hemos bañado en el polvo y hace mucho que fuimos fregados,
y los huesos tirados sobre la tierra me recuerdan que la vida se desgasta en el calcio, y los huesos pintados sobre la tierra me recuerdan la vida ciega, la pura magia, me recuerdan que se nos muerde la cola en vísperas de un invierno sin tregua como muerde sangrante la carne en los animales en celo.

III
HABLANDO DEL MORDISCO

Del mordisco a su pequeña mano me he desnutrido,
de su cuello a mi escaso pecho me he atravesado la pluma. De la sangre corriente he pasado al galope
para que se derrame en los pastos mi juicio de templo.
Me gusta vivir golpeado de hierbas,
equino y veloz devorando las hierbas,
las hierbas sobre las canillas con sus preciados dientecillos, tormentoso en la noche para relinchar la mañana,
los orificios nasales dilatados sobre la carrera,
del fuego ardiendo impetuoso sobre la carrera
para desbocar los ríos de mi herencia y deshacer el bocado. El berrido mudo de las tempestades llegará a amainar,
sin el despeño mi suerte no sería más que una condena,
y si en el despeño muero salvaje, falto de crines con vida, tu sangre ya habrá empapado mis venas de yegua,
allí donde no se exigen riendas, nunca para salvarse.

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