EN LA RUINA DE LA LUPA

Mira, hija mía, como se tambalea la ruina en su columpio,

todos sus trozos tan dispersos en su belleza se resbalan

ordenados como abstinentes mostrando su tobillo de cristal

para acrecentar imberbe y clara la entrepierna de su provocación,

inflamar el deseo de recomponer su erótica bruñida y

se escurren incrementando la lasciva humedad sobre mi fascinación.

Desde mis ojos de palo veo la piedra cansada de devolver sonrisas,

ahora son los pájaros los que matan a las escopetas,

ahora son las piedras las que reposan las cunetas,

cuando el caos funciona redondo clarean los cielos del templo

y vuelvo a ver a la loba entera de nuestro enfriado destierro

campando altiva sobre sus santos solares,

insinuando en sus medias de perla su tesoro,

utilizando los restos de aquello que fuimos

para erigir una nueva ruina y castigar dulce lo caduco.

Si la sangre envolvió tus huesos para hacerlos de mármol

fue por causa injusta que nos ha desheredado,

grande urbe ardida y cientos de veces caída,

cientos de cimientos mudos a la espera de esos ojos

cenizos de su estadía marchita sobre la arena.

Si la sangre envolvió nuestros huesos para volverlos de roca

fue por causa injusta que nos ha vuelto a desheredar.

¿Si no renacemos ahora quien nos devolverá la vida?

 

*

 

El último día se perdió sobre un manto humano de carne hecha girones,

sobre el yermo de la piedra se contenían todos los sudores destilados,

largos de los miles, miles de los años, largos de sus uñas como muerta materna.

La sangre es inerte y mi pulso no se emociona con las novedades,

y la vista en los ojos no sirve para maravillase en esas fotografías,

el ultimo día se perdió sobre la marea que ya no jubilaba,

sobre la cansada corriente y la agotada letrina,

trotando alrededor del rebaño dormido pidiendo limosna,

rumiantes que se apegaban a ella para morir amansados.

La belleza de vernos destruidos, los trozos ordenados de la ruina,

he visto de cerca esta memoria y siempre se repite acicalada y vespertina,

viperina dentro de mi vientre ahora he visto la ruina,

relamiéndose su belleza de vernos diluirnos

sobre mares antes esclavos y sus restos ya de fuerza,

sobre sus trozos presentados dispuestos a la cópula,

ásperos y concretos de terciopelo remoto,

vestigios de su florecimiento que ahora se muestra sediento

y bellamente marchito, bello en su esencia.

La ruina se vuelve a repetir siempre en extrañas tierras

y rebota en la orgía de nuestra imaginación,

y volvemos con nuestras manos vacías y manchadas,

si algún día florecimos ya no es posible el recuerdo,

porque esta tormenta se sucede y se agita impunemente

y las riendas ya se han roto sobre los cientos de mieles

y ahora es bella la ruina

y se vuelve a repetir.

Alaridos de sus voces para despedirnos de lejos

y los bramidos de sus piernas para expulsarnos del vientre,

reencontrase con los vencedores, ahora tan vencidos

y escupir sobre su esplendido cadáver en la planicie moderna,

y el orgullo no fue mío,

pero quizás ilumino el rostro de mis pasados,

de los que anteriormente fueron condenados.

Ahora que nos desnutrimos en su suero salado,

ahora que veneramos aquello que se ha humillado,

ahora que caminamos solos, que volvemos a la derrota,

idílica para estar con nadie,

ansiosa por acogernos en el cálido invierno del frio

donde no habrá que lavarse

y ni siquiera usar la voz mas allá de nuestro aullido,

la derrota ha sido suave como la pátina desgastada,

del rostro de la ruina me veo extasiado,

de toda su sangre derramada soy inmortal e iracundo

insaciable para mis zarpas sedientas que buscan sangre bajo la tierra,

frutos silvestres sobre su sexo,

inmortal e iracundo, insaciable para vestir pellejos

no saboreo mi sangre sino que la ofrezco

insaciable para estar contigo, iracundo de nutrirme de restos.

Vengan lentos de jubilo a observar el cadáver de la ruina,

desvistan lo blanco y desvistan lo gélido,

el cadáver yace entre la piedad y la pobreza que fue travertina,

el hálito caldoso se derrama sobre la frialdad

saboreada de aquello que fue y jamás será.

¡Como seduce la herida cuando el cuerpo es moribundo!

PLUMAS Y FRONTERAS

Es tanto el estiércol que envenena este plumaje

que el pelo en el cuerpo de aves se nutre,

para hablar del desconcierto en su carne desvalijada

y la gente no es tan joven, nunca tanto como padecen,

su semilla termina frente a los suelos inertes

plagados de tantas baldosas higiénicas.

Las podemos ver, en el plumaje majestuoso cerca del inicio de tu carne

como las yemas del árbol en erupción forastera, podemos ver como nacen

desgastadas desde el primerizo final que en tu sima capea

a las bestias más tiernas, con plumas y sin pelo a ambos lados la frontera.

De tu mano se pasea ahora una virgen románica toda óvalo y almendra,

prodigiosa y demente apocada por sus aspiraciones,

demasiado preocupada por su falta de cariño

y te pide que la mires, que la deshagas en halagos de alfombra,

que pueda pisar calmosa tu terreno cercado y tu piel vergonzante.

Ningún hijo nuestro puede cruzar el trámite del tiempo que nunca pasa,

la erupción de tus alas no sirve sin fe, los plumajes nunca vuelan

y las manzanas siguen prohibidas.

Estuvo a punto de morir el ayer por este cielo sin aves

y hoy se levanta despreocupado, igualmente amenazado,

que difícil es el momento crudo del impacto,

y el sabor metalizado de la sangre en la boca,

como de devastado es el germen de la partida inmediata

una vez que extraviamos las cerezas del reencuentro,

y perdemos los labios isósceles mostrándose perfilados

y lo erótico de la porcelana dispuesta sobre los dientes.

Que sabrá la verdad de lo que puede ser cierto,

si podéis lamer mis fronteras pero nunca se abrirán,

vírgenes hasta el matrimonio obedecen a mis lástimas

y nunca las vuestras, carentes de fe,

a las vuestras les faltan plumas en este invierno.

Podéis arrimaros a mi frontera insinuando clemencia,

menear el plumaje, salivar la cadencia del intento,

frotaros con nuestra valla manejando el contoneo que os dejará fuera por siempre,

pues lo nuestro es intocable, la avaricia de los sultanes plumados,

la incontinente luz de los seres alados se deshace al encontrar la pupila

y vuestras aspiras seductivas no han nacido para ser otras aves.

Pero volar, volar hacia lo vuestro, a vuestras posesiones maltrechas,

allí fundaréis el oro y la vorágine de vuestras murallas,

construiréis aparatos para caminar azules,

habréis alcanzado lo alto de vuestras cimas y reiréis sin descanso,

cerrando a vuestros muros frente a mi pálido espanto.

UNA NAVE QUE NUNCA ZARPÓ

No has oído hablar de las serenas mareas de Urano

donde las serpientes dulces del aire ahogan al aliento

y es necesario un nuevo mecanismo para bailar en la vida

y no caer arrodillado frente a los podios del tiempo.

No has oído hablar de las contiendas en la hambruna

y de la paz que en mi nunca encontrarás,

yo te hablo desde aquí, solo tengo tu tiempo de orilla,

desde un terruño que nada tiene que ver con mares de arena roja

ni con los escuálidos picos te hablo,

y tus maderas rechinan de sal,

tus chapas doradas se dañan obsesas contra la corriente,

aun no has tratado de derrumbar los pilares de tus faldas en estas aguas

ni has desabrigado las máquinas más intimas,

imágenes del mundo.

No has oído hablar de las bocas golosas de Nínive

y de la paz que en mi nunca encontrarás,

muéstrame los remiendos en tu ropa para encontrarte interior

o muéstrame las reliquias que alguna vez fueron poseídas,

solo tengo tu tiempo en la orilla con toda esta salitre,

desde esta pausada orilla,

para que me muestres hasta donde puedo llegar anclado de tus claveles

pero tú, la paz en mí, nuca la encontrarás.

ATACAR DESDE LA CAMA

Se han centrado los gráciles estandartes en consumir el tiempo sin tocarlo,

sus rapaces gold-filled reposan a las cuatro esquinas del catre,

en un plácido empeño se alargan para luchar contra toda caterva

pero sin presentar batalla alguna sobre los campos tan baldíos,

haciendo su propia guerra alimentada de entrañas,

siempre brillantes de una delicada luz que nutre su furia.

Han decidido bajo su signo erguido volverse horizontales, los gráciles estandartes,

no sangrar las manchas en las veredas, ni enclavijar los sanos a sus cruces.

Mientras puedan reposar abstinentes su cruzada es de presente,

atacando imperceptible de gargantas bajo suelo,

ronco es su empeño en proclamar un cantar,

escatimando las llamaradas y el uso público de explosivos,

los grandes fuegos del artificio y las reverencias balbucidas,

dentellando a lo inconsciente los he olido celebrar,

masticando la substancia y a la magia si es que existe.

El batallón de la blanca mañana ha decidido reposar con esmero

para conocer la sangría, intentar salpicarse entre sus sábanas

y evitar relamerse en un caldo tan templado.

AL DESPERTAR BLANCO

En la senda traspasada por el cuerpo frágil,

en la línea continua del asfalto labrado,

delgado de todas las imágenes que se difuminan,

delgado del abrazo ingenuo y del coma plácido,

las luces de un auto se desplazan hambrientas

arrancando las cabezas de la tierra en la cuneta.

Aún no había despertado cuando la senda traspasó todo tu cuerpo

y yo me veía arruinado de tanta realidad,

de tan cruda carencia,

para que mis huesos reflejados fuesen mucho más reales

que tu carne adolescente.

HAMBRE POR CONVICCION

Al despertar la hierba inerte danzando leves zarpazos,

sus finos dientes dándose de comer, nosotros carentes,

la necesidad del hambre galopando sobre las mejillas y tú,

caliente cama, necesidad de comer el rojo destello de tu carne.

 

Rugiendo en la rienda partida hemos avanzado desiertos

y exhalando futura la miseria hemos visto coqueta a la debacle,

cenáculos de reptiles bailando al sol que más calienta,

planchados sobre la piedra son ociosos sus corsarios,

sus trajes bien bordados, su carne una quimera,

y su tropel pasivo es el culpable ahora, ,

de que maten escasos a los lobos en la pradera.

 

No lloren sobre sus hijos lágrimas rosas,

los ojos acallados nunca verán,

por roer la miseria del rebaño que nos hemos visto escapados,

por endulzar el pasto que hemos sido delatados

y el campo abierto se muestra sediento como la herida creciente,

como nosotros clamando fuera el hueco y la techumbre,

dientecillos de las hierbas,

del zorro los alaridos para torcer la noche próxima.

 

Exigen cuerno los mugrientos de espíritu para desarmar la madrugada,

y es lo que demandan, como nosotros clamando fuera el hueco y la techumbre,

que por querer enfriar el cadáver su hálito se vuelve sediento,

viscoso de adoctrinado, y como nosotros clamando,

fuera el hueco y la techumbre,

y no tiemble nuestra mano por echar diente a la boca.

*

Es ahora cuando el hambre y la miseria nos han mostrado su cariño

empapado de palidez para poder tragarlo,

una vez más la visión futura baila expelida de carencia,

para poder beber la sed de un mantel bien dispuesto

y una copa dorada en sus ornamentaciones,

y entonces el hambre y la miseria se abrazan a nosotros

y nos visten compasivas en su pálido camisón,

abrigados de su decencia tres terneros rocían de espanto la caldera de nuestro vuelo

y un águila vomita esmeraldas desde lo alto para abrigarnos de su vergüenza,

siento el aliento para sentir el suave contoneo del ayuno,

aliento para nunca tener hambre que habremos aprendido

a comernos del aire y acostarnos sedientos.

*

El hambre es la casa del que no tiene una propia,

los cimientos para guarecerse cuando no existen cobijas,

los cobardes han marchitado de bocas la planicie

para que los pastos salvajes no humedezcan nuestros tobillos,

y nosotros amamos carentes, como un nosotros sediento,

sin mundo como casa de quien no tiene una propia,

plantada la resistencia en la absoluta inanición

y usurpadas las nieves habremos heredado el frio

para abrigarlo en nuestros pulmones y calmar nuestro apetito.

CANTO GREGORIO

¡Oh pobre Gregorio!

El mapa de su cuerpo se desmembraba en extensas superficies agujereadas,

ligeros huecos de su ser renacían tibios frente a la basta dilatación,

frente a la apagada dilatación del desierto que se presentaba ante su existencia.

Se cuadraba disciplinado. Su cuerpo era suyo.

Su intención cambiante de sexo y coraza. Alumbradora . Desterritorializada.

Comprender como se deshacían por dentro sus propias densidades fue batalla y

embrolla tarea.

Ahora disfrutaba de imágenes que se deshacían y se rehacían mostrándose grandes y palpitantes, abrumadoras prominencias de suaves senos y curvas de membranas

retorcidas por el placer.

Espinosos pezones y jugosos emboques de fluir amatorio.

Labios y vaginas. Ingles exotéricas.

Sutiles cardenales y mordiscos cautelosos de ser considerados caníbales instintos. Penetraba en ello corridamente y era penetrado por el reflejo de esa misma circunstancia.

Ida y vuelta.

Gregorio no podía desear sin hacerse uno y eso no era nada tranquilizador.

Podía ser pavoroso pues podía fallar.

El fallo era bello. Sus densidades no lo eran.

Realmente existía la posibilidad de un fallecimiento certero.

El ansia que portaba era inalcanzable puesto que era un límite.

El día y la noche. La espada y la pared.

El umbral de la puerta bailaba junto a la comisura de los labios.

La piel se mostraba como mucosa que separaba el interior de su cuerpo

de todo el resto universal.

La distancia que se estimaba entre le arriba y el abajo no era misma que la tasada entre el abajo y el arriba.

Y eso era cierto, pues podía fallar.

Diabólico era lo que decidía y simbólico lo que acercaba.

 

Lo primero era olvidarse de toda aquella inmensidad devastada,

desaparecía el empapamiento y sin mojadura no había deseo,

todo como una descomunal catarata de interior que se desencadenaba desde sus altos

ya cristalinos, casi extasiados.

Gregorio caminaba detrás de ese padecer con paso animado.

¡Detente Gregorio!

Lo que escucho desde el otro lado,

desde las bastas y estériles extensiones de su desierto.

¡El desierto crece!¡Recupera tu yo!

¿Por que no ir todavía más lejos si no había encontrado el ansiado límite?

¿Por que si no había desmenuzado suficientemente su yo?

Cuestión de vida y muerte,

de juventud y vejez que se abrazaban sobre su cuerpo.

Su cuerpo.

Su cuerpo es lo que queda cuando se ha suprimido todo,

poblado por intensidades, vaciado de órganos,

únicamente poblado por intensidades que recuerdan los ornatos de las espaldas

arqueadas del placer ,

recuerdan los realces de las sudorosas encías mojadas por el deseo,

recuerdan el apetito insaciable de su desecho interior,

recuerdan al lado más umbroso de su febril

y liberada finalidad.

 

¡Oh, pobre Gregorio!

MIS HEREDEROS

(por los lebreles de Antonio Rey)

 

¡Con pedazos de mi carne, palpitantes,

a esos canes monstruosos alimento!

 

ANTONIO REY SOTO.

 

Ahogo a mis cautivos dentro de una impía tina,

los mantengo bajo el agua, justo al límite, salivando,

los subrayo cuando el aliento se deforma imperioso

y las venas se asfixian en cada mojada.

Después los seco cuidadosamente al sol del invierno,

con esmero desnudos y en fila famélicos,

jugando con el hielo ensordecedor y las cortantes brisas

los muelo a palos desde el establo al recibidor,

los unjo de espasmos y nuevamente al establo

buscando la sangre de sus rodillas,

sembrando el odio mutuo y la sal en la herida,

y la herida en la piel,

y la piel como límite.

Trozos de mi propia carne para custodiar su venganza

son su vorágine,

los alimento de mi sangre latiente desde mi sol quemante

y los cruzo de nuevo, los obligo a copular salvajemente

y sus vástagos no me estiman y su estirpe me degrada,

así crece mi manada y mantengo mi mansión

a salvo de su penuria.

 

La mesilla al lado del lecho,

el cajón de llaves cerrado,

ahí es donde guardo los frascos que silban todas las canciones,

los que subrayan nuestro castigo compartido

y mantienen su despecho vivo,

insaciable para estar conmigo.

DIVINA LA ESTOCADA

Lo licuado de tus pantalones levantó en armas toda la calle,

perfectos los gestos por tu cadencia ingobernable,

volutas perfectas por tus incendios nativos

y tus feroces pisadas, los caudillos de tus nudillos,

lo desnudo paseándose sobre tus claros tobillos,

asombro y devoción por tus saltos perfectos en cada segundo

y era por tus cabriolas descarnadas que se gemía al unísono,

en exceso, desencadenando el mal gusto de sus atrofiadas papilas

el desafinado coro se desvestía sobre el bordillo hambriento en cada paso

y con cada latigazo un nuevo condenado.

 

De repente se blandió iluminando con agudas luces la escena

perfecta en el aire secante, espada que hizo el silencio,

los alargados de tu pupilas abiertas brillaron desde la espesura

y decenas de cabezas rodaban al suelo

agradecido y flamante por la sangre volcada.

Cuanta delicia desencadenada.

 

—Me fumé una arrebatadora escena de grande dignidad.

VIOLENCIA EN LA PLANTACIÓN

De donde nace todo el hundimiento se recogen las simientes

se hunden nuevamente en las terrosas entrañas

y es dulce la espera agria, empalagosa para embriagar los músculos

y los tendones que gimen para concentrarse

y hacer brotar un nuevo hundimiento que lascivo germinará.

Sacaron el puñal hundido en su pecho

y la sangre

la sangre

la sangre para abrir camino era un coral raudo y preciso

y grandes criadoras

con sus grandes senos

con sus bastos muslos

jaleaban la hemorragia y acompañaban el pulso que lento

lento

lento desbordaba de su pecho al suelo callado

apagando al herida

derrumbado el consuelo

y volviendo a brotar.