SOBRE LOS FUEGOS ARTIFICIALES

Te lo digo a ti que los he visto y pernoctado,
aquí es donde se visten mustios los dientes,
en la coraza amarilla y ladeada de los colmillos,
con el jadeo soldado a los tendones temblantes,
en la insana espera de los fuegos artificiales desde este sucio balcón bajo la espera de la ceremonia constantemente lenta.

Estoy viendo lo sucio del cuero, lo sucio de lo manchado, lo sucio de los cabellos para que las reses se postren,
de las llamas y las chispas estoy viendo vulgos de ojos con su tristeza,
cientos de ellos como almejas enfangadas,
reclamando la atención de las bocas alimentadas donde la ofensa humana me negará el ensueño.
A tu carne y tu pelo los tengo dentro de mí, no esas luces,
a tu cuello dando vueltas de pólvora negra y polvillo de acero,
me los he tragado con el primer latigazo de la mandíbula,
al primer chasquido del escaso uso de la mandíbula,
el alimento danza en el aire violentándose sobre todo el artificio fumígeno, cayendo en picado sobre el maltrato acatado del collar,
sobre tu aura de enfado furtivo donde me deshago
porque soy mudo en los fuegos artificiales, en sus luces venideras cloruro de calcio,
en el trágico ímpetu de rebuscar tu coartada bajo esas luces,
de acomodarme al abismo donde el nitrato mutilado yace a merced del festejo, aleteando sobre la necesidad que podría darle sonido a mi cuello
para que hierva constante alrededor de tu cuello.

Hoy he salido a olisquear tu encuentro sin espalda a la que seguir, en los fuegos de artificio, con los ojos claros que no poseo,
con los hombros desnutridos y la camisa en la mano pulcrísima, jirones para asomar la sed exigida por los líquidos coloreados que se vierten sobre esa multitud de ojos,

esa multitud de almejas enfangadas que se alimentan del lodo
y aquí estoy, en plena vorágine artificial vivo por este momento, palmeras de sangre, baterías antiaéreas, células con núcleo encarnadas

en los fuegos de artificio sin el aliento tuyo labrado en la sangre,
licuado en las letras inútiles, en arterias de grande inutilidad dándoles de comer, rezando delante del polvorín para que explote y me inunde
y me sude el cansancio destilado, no esas luces.
Olisqueándote desde la memoria mortal de la infancia
se ahogarán estos días venideros,
flotarán después de todo estos días como fuegos de artificio,
aquellos que no poseo para defenderme,
acaso para salvarme,
incluso para desnutrirme de tu pólvora empapada.

TRÍPTICO DEL OSO RUPESTRE Y EL CABALLO CAVERNARIO

I
PRIMER VERANO

Me zambullí de lleno en la vorágine de su innata herida abierta,
palpando humedad sobre la piedra uterina, en el tacto rosado sobre la humedad, la fe ciega de los altares sonrió antiquísima desde primer momento,
volvió su rostro certero y…
¡Qué cálido techo para despertar en la vida!
¡Que frescas las hojas grandes para guarecerse!
Que cálido pecho para ungir de nuevo mi muerte,
para tratar de tropezar con el filo de su fresco cuchillo
y así navego ensangrentado y flaco sobre precipicio,
no he probado bocado, todo un invierno,
exhumando en el barro las venus labradas en mi propio hueso,
trazando las líneas sinuosas de la caza en las paredes de almendra,
trazando mis propias manos en el rojo de la sangre
porque aquí no hay más velas que venas,
ni menos charcos que sangren sobre el cruel desfiladero de este verano.

II
SEGUNDO VERANO

Viviendo en el letargo peludo para no oler sus caras, dentro de la caverna para no oler más que lo cercano, para que su espíritu se eleve en mi mano berreada
el oso ivernanio parece bailar,

su sombra parece bailar al fondo de la alacena
junto a los platos muertos y pálidos.
Los cacharros olvidaos y yo hemos hecho amistad en el oratorio,
nos hemos bañado en el polvo y hace mucho que fuimos fregados,
y los huesos tirados sobre la tierra me recuerdan que la vida se desgasta en el calcio, y los huesos pintados sobre la tierra me recuerdan la vida ciega, la pura magia, me recuerdan que se nos muerde la cola en vísperas de un invierno sin tregua como muerde sangrante la carne en los animales en celo.

III
HABLANDO DEL MORDISCO

Del mordisco a su pequeña mano me he desnutrido,
de su cuello a mi escaso pecho me he atravesado la pluma. De la sangre corriente he pasado al galope
para que se derrame en los pastos mi juicio de templo.
Me gusta vivir golpeado de hierbas,
equino y veloz devorando las hierbas,
las hierbas sobre las canillas con sus preciados dientecillos, tormentoso en la noche para relinchar la mañana,
los orificios nasales dilatados sobre la carrera,
del fuego ardiendo impetuoso sobre la carrera
para desbocar los ríos de mi herencia y deshacer el bocado. El berrido mudo de las tempestades llegará a amainar,
sin el despeño mi suerte no sería más que una condena,
y si en el despeño muero salvaje, falto de crines con vida, tu sangre ya habrá empapado mis venas de yegua,
allí donde no se exigen riendas, nunca para salvarse.

CANCIONES SOBRE CUBIERTA

Seguramente mueran tratando de escribir esas canciones tan mojadas
pero tendrán ser juzgados en lo alto del mar, agarrarse a las olas obscenas y abanear, su músculo quedará después de todo porque la fibra es secreta,
porque la muerte es discreta y sus pasos nomás caminantes,
tendrán que aferrarse a las líneas nuevas de la partida,
tendrán que aferrarse a los cabos ardiendo,
a los duros vientos de la planicie tendrán que ahuyentarse y
abrigarse mutuamente pues el cuerpo de uno es el cuerpo del otro,
de los labios sudados por el cuerpo de otro,
los ojos cautivos por el cuerpo de otro y silencios tan largos,
espesos por la miel de la sangre,
la sangre del cuerpo del otro para escribir canciones empapadas
pues seguramente habitarán esas letras rosadas
para ser juzgados en lo alto del mar.

Sufrir la pena en sus bolsillos para escribir canciones tan bellas y fumar el tabaco mojado sobre la cubierta babosa,
la suerte innata de los sabuesos lamiéndoles la mano sobre las olas,
la lira constante de los mares que habrán de cruzar para que su sangre
sea roja y ceremonial,
tributo del mañana que pagarán al contado por escribir canciones húmedas, canciones donde esas notas al aire se clavarán como los colmillos,
tan degradadas del mañana que nunca más las oiréis
porque un cuerpo abriga a otro cuerpo
y la sangre en la miel.

—De mi vena me has dado el alimento,
soy escaso en mi miseria y escaso en mi deseo marinero,
espero mascando el cartón del que canta falto de voz
y mi boca está llena de asco, llena de odio pero llena de ti,
los labios cortados al frío del timón llenos de ti y goteando,
el cuerpo y su casaca goteando,
rebosando minas de latón en el reflejo negruzco
y la opacidad de mis dientes se verá reflejada de día en tu vello.
Las marcas que nos han prestado no se pueden ocultar delante de la religión, las máscaras que nos han ocultado refulgen bajo la piel de nuestros corderos

antes de ser animales, animales de colmillos más fieros, conjuros puntiagudos que tienes de mi lado
para que no te aparte la luna ni las luces de estos días,
para que me dejes caer al vacío me rendiré llegado el momento porque para escribir canciones tan bellas no será necesario morir.

LAS FLORES

Así como germinan desde la belleza descamisada, así como ferozmente galopa el grumo sobre el brazo, así como han venido vestidas de esfera ardiendo

se mueren las flores,

las rosas bárbaras y los jazmines del hielo,
y hacéis bien en ignorar las crueldades antes de la caída
pero deberíais coquetear con la distancia antes de arder como cerillas, antes de ver arder vuestro norte en las glicinias y en las azucenas, habréis desvestido sus piernas pero jamás las habréis usurpado,
las habréis saboreado sanas de su esencia, inflamadas en el gozo terrestre pero sus pétalos solo a ellas les pertenecen,

y a los salados minerales que se evaporan desde su piel, salados sabores que repelen al amor por la belleza,
que repelen nuestras almas cuando sabemos que son libres como amapolas y nosotros nomás ganado paciendo la continuidad verdosa.
Así como germinaron desde nuestra marchita espera,
así como ferozmente galopan sobre nuestras mejillas,
así como de reales se prestaron a nuestra saliva
se mueren las flores,
las dalias amargas y las petunias obscenas,
y habréis de aprender entonces a sudar fuerte por sus pétalos derramados, por sus corolas sangrantes habréis de llamar al cielo,
tendréis que resbalar sobre lo aprendido para que su escozor suceda,
para regresar a la realidad del terruño donde nos hemos criado,
a los sabores ásperos del solar baldío,
del trepidante aullador nocturno haciéndonos hermanos
por el constante fracaso abrazado a nuestras piernas,
porque todas las flores se mueren.

V

Levo en min a fuxida do asexado

mudo, son semente

de ouveador

enxiva sangradora

Calros Solla

Sin las manos necesarias para acallar tu pelo me veo, sobre el pasto han rugido leones más fieros que yo, han bramado las bestias vestidas del odio
que jamás lograré poseer sobre mis hombros,

por el cielo no mandan las aves, ni en la tierra la culebra, se deslizan lentamente los culpables en la noche
para usurpar nuestros sueños, padres que un día tuvimos. El marfil antiguo de la sonrisa se ha teñido ausente de luz, sobre su canto olvidado ahora crece mi súplica Xabrega, traedme una dentadura de hierro para ungir en sus carnes, uñas afiladas para destripar su guadaña,

para recuperar nuestra pequeñez al borde del mundo y sentirnos sirvientes nuevamente del cielo.
No quiero puentes sobre mis ríos,
no quiero cárceles para los presos,

no quiero oro en mis colmillos sino sangre sobre mi pecho, quiero la muerte del mundo fabricado de estos tiempos
y que en vuestros ojos refleje de nuevo familiar el miedo.

Se hundirán las ballenas sobre el final del océano,
los grandes felinos de nuestra alma sedientos morderán el último bocado, traedme una dentadura de hierro para ungir en sus carnes,
y que en vuestros ojos refleje de nuevo familiar el miedo.
—Hoy la Bayer ha comprado la Monsanto
En la misma guarida que nos sirve de cárcel ladran mis infantes,
su pelo y su ira se deshace sedienta porque el enemigo es de niebla,
los veo babeando y surcando la guerra, deseosos de ira surcando la guerra, surcando sus mares de olas de cartón,
atravesando la ira para poder vivir escasos de amar,
la estepa es carente aquí donde nos han cercenado,
donde tu madre y mi madre se aferran al miedo
y nosotros culpables jamás desobedecemos,
no se puede luchar contra el cuerpo, no desde aquí sepultados,
no tiene ojos ni lengua ese fiero jamelgo,
no existen los brazos de ese monstruo carnero,
sus tentáculos siguen acariciando tu espalda,
acariciando mi cuero para vencernos sin aire
y nuestra resistencia pasiva se deshace paciendo,
se borra en el frente ardiendo delante del gran bicho que ríe.
Traedme una dentadura de hierro para ungir en sus carnes,
uñas afiladas para destripar su guadaña,
para recuperar nuestra pequeñez al borde del mundo
y sentirnos sirvientes nuevamente del cielo.

Mientras no recemos desde nuestras cornamentas jamás la sangre hervirá en nuestras madrigueras, me veo cansado para vender mi escaso corazón, he buscado en el margen campos de trigo y bellos amantes para digerir el camino,

aquí escondido disfruto del río,
saboreo la tierra mientras envenenan mi huerto, saludo a los grandes y vivo entre los pequeños,
roedores del mundo y corajosos cérvidos,
ladrones de una noche que se consume heredera. Quisiera verte a ti abanderado presionando mi ira, grande profeta coronado de pelo,
coronado de hueso,
ungido de vida,
venciendo nuestra desidia para embestirla en el frente, para que nuestro delirio se nutra de adeudo
y no dilatemos tan templada nuestra caída.
Su patria huele a muertos,
se agotan los días sobre esta colina de ínfima resistencia, concededme lustrada una dentadura de hierro
y uñas afiladas para vencer mi condena.

EL CIERVO ADVIERTE

Desde este adentro de ballena hedionda no podréis ver que las cosas existen, perderéis el ritmo de las aguas a su paso, la línea marcada por las aves a su vuelo,
el velo que cae sobre una noche nublada o la arcaica presencia del rayo en su esmero.

Desde este adentro de barrotes lamido no podréis oler el pelaje del cerdo,
negaréis el sabor espeso del fruto terroso, la cálida mecedora de sus caderas silvestres, la nieve blanca de los días de Enero o el canto irisado de las bestias en celo.

Desde este adentro impasible no podréis acercaros al viento en su risa dichosa, despreciaréis al valiente colmillo del lobo, el cándido verso del crujiente frondoso, de las flores rosáceas perderéis el sabor o sus manos calientes acariciando tu cuerpo.

Desde este adentro marchito no podréis salivar la abundancia de bosque en su leche, caminaréis desprovistos de lanza y puñal, las presas del mundo dejarán de ser presas, la miel en los labios nomás un recuerdo o sus besos sabrosos olvidos ganados.

Desde este adentro desecado no podréis sorber ya el jugo en su sano bocado,
hablaréis sin la voz del canto heredado, las tiernas madres que un día lo fueron,
en los huesos el calcio se consumirá desprovisto o su fino cristal enmudecerá por ser necio.

Desde este adentro templado os desharéis solo con ver los pastos ardiendo,
cercenaréis vuestra huida antes de paladear el impulso, la sangre hirviendo no es corajosa, en las manos curtidas no hallaréis el poso del sabio o la suavidad de su tacto
os negará como hermanos.

EL CRIADOR

He criado unos pájaros iridiscentes en su negrura,

con el efecto de la gasolina masajeado sus plumas

y el coraje de sus garras vertiéndose caldoso sobre mi tutela.

No usan la jaula, no cantan mas allá del graznido,

vuelan en torno a mí protectores y herméticos,

despliegan sus alas de murciélago en el cielo claro

y todo lo vuelven sincero, brutal desde su escasez.

Yo cazo pequeños ratones en forma de serpiente,

de colores anaranjados y vientres verdosos se los ofrezco,

les preparo también papillas de jugos concentrados

y alpiste salvaje, los unto de sebo en las noches de invierno

para protegerlos del frío inclemente, en esta taiga violenta

yo igualmente me unto, bajo la misma luz tenue que tiñe el invierno.

Estar preocupado por sus vuelos colma mis días, abre mis vías respiratorias,

paseo con ellos al acecho respirando el aire dulce de las piedras sedosas,

de las pequeñas presas les marco su posición disonante y

los jaleo mientras clavan sus picados sobre las hierbas peinadas

de blanco, mientras elevan su vuelo de sangre alzando a la presa.

Un día, de madrugada, las altas horas de la saliva

en sus picos se volvió dorada

y en otra ocasión, después de un lento regreso,

las puntas de sus plumas se hicieron de espejo

y me reflejé troceado sobre sus lomos de plata

hoy, que estamos al cobijo del techo cargado de polvo,

calmando nuestra ira en la lluvia constante,

el cobre ha aparecido supurando en sus uñas

y yo me maldigo por ser tan necio para comprenderlos

y bendigo la inocencia de cada vuelo que fue suyo.

EL ESPOSO

CANTADE       HOMES

o abrente benzóavos se xemedes de amor

Xavier Seoane

La madre que sabe preñar hogueras y esperar al incendio, aunque terqueé el torrente como epiléptico, aunque la boca se nos llene de algas y no llegue nunca el fuego.

Ariadna Vásquez

Yo era un gramo de humanidad con piel de escarabajo,

irisado sobre mis piernas crecía el musgo de los desheredados

y cientos de finas luces emergían desde mis pisadas

para evaporarse instantáneamente en su efervescencia,

las ramas de los árboles se combaban para hacerme reír

y las jóvenes bestias ungían mi frente con los cálidos estigmas

que portaban en su vientre,

yo sediento y marchito avanzando por años,

y entonces era un resto de carne con piel de cristal

y mis venas traslúcidas no podían ocultar ya líquidos tan sacros.

Mi vida ya no vale nada, mi aliento se deshace en vosotros,

entonces observaba como una legión de luciérnagas

emprendían vuelo para jamás volver,

bailando alegres para su extinción sanadora,

alejándose de esta pradera tan pintada de verde.

La vi tejiendo maldades bajo un techo vegetal en su cuerpo encorvado,

en su malicia para maldecir todo progreso brillaban sus labios,

suculentos y besables se mostraban sus labios cuando susurraba

en contra del ensimismamiento, contraria a los espejos negros,

conjurando contra el deseo de ser explotados en vida.

La bendición del regreso corría por sus largas manos,

en sus largas uñas se sublimaba, un poco de queso verde para calmar la sed

y ahí en su guarida me hice su esposo, fiel y frío hasta la muerte del nosotros,

cálido para morder las dentelladas latentes de la injuria,

rápido para esconderme como el tejón frente a la estirpe lobotomizada.

Mi ira está tranquila sabiendo que ella conserva su poder,

las visitas vienen y bebemos vino, cantamos sanos,

nos fumamos la sangre del ababol en su santa compañía,

fumamos el aire mismo para hacerlo más cálido en invierno

y mientras, mi pulso se colma de latidos aguardando el desmoronamiento,

mientras enveneno un pequeño riego de jardines,

tubérculos para saciar el hambre, flores espinadas para las ofrendadas,

ofrendas para los adscritos, su muerte embellecida,

bacanales de ladridos que no servirán para morder

pero sí para despertar el rostro nocturno de algún vientre salvaje,

los ojos de ciertos lobos, las caderas de ciertas madres,

marchitaremos nuestras manos para que brillen más nuestros ojos,

para que la delicadeza arrebatada nos sea devuelta yo soy el fiel esposo.

EL DIFUNTO

«Todas las hojas son del viento,

porque las mueve hasta en la muerte…»

Luis Alberto Spinetta

 

Ya soy el difunto ahora que he perdido la sangre y

mi cuerpo no justifica la desaparición al ocultarse,

no prueba el delito porque su sabor es áspero

y yo solamente un difunto más, desdentado y sin aliento,

amante en mis harapos de carne, hediento junto a mis iguales,

clamando por obedecer una nueva necesidad áspera

metiéndose de lleno en mi intestino mientras paseo desnudo

dentro de un ataúd vacío, parco en la superficie salvo por las flores,

demasiado mullido es su interior.

Mi cuerpo aún no se ha presentado ante las saladas plañideras

pero ya desfilo en procesión, hediento junto a mis iguales,

me he embriagado durmiendo hasta la muerte

y luego al renacer me ha sudado el cansancio,

deslizándose gota a gota tan lento por mi costado

como rápido se despiden mis huesos de la carne.

 

Ostento el sueño momificado a mi cintura,

encuentro la vorágine leonina seduciéndome tras los zarpazos,

la totalidad escondida tras los zarzales maullando a mi encuentro,

contoneos leves avanzando sábanas sucias y mantas subacuáticas

para abrazar a la enfermedad,

he escuchado las tiernas y delicadas recomendaciones

para que nuestros suelos comunes se muestren lustrados

pero sigo sin pulso constante, pues nunca hubo latido aprendido.

Antes de mostrarme caduco sobre las hojas del viento,

perecedero en su locura airada y en sus círculos aéreos,

paseado en esencia dentro de este ataúd vacío,

parco y mullido me consumo aún más vivo y me preparo de nuevo,

de la boca al beso alargo mis miembros codiciando el latido caliente,

pues ahora ya soy el difunto y nunca he vuelto a nacer.

EN LA RUINA DE LA LUPA

Mira, hija mía, como se tambalea la ruina en su columpio,

todos sus trozos tan dispersos en su belleza se resbalan

ordenados como abstinentes mostrando su tobillo de cristal

para acrecentar imberbe y clara la entrepierna de su provocación,

inflamar el deseo de recomponer su erótica bruñida y

se escurren incrementando la lasciva humedad sobre mi fascinación.

Desde mis ojos de palo veo la piedra cansada de devolver sonrisas,

ahora son los pájaros los que matan a las escopetas,

ahora son las piedras las que reposan las cunetas,

cuando el caos funciona redondo clarean los cielos del templo

y vuelvo a ver a la loba entera de nuestro enfriado destierro

campando altiva sobre sus santos solares,

insinuando en sus medias de perla su tesoro,

utilizando los restos de aquello que fuimos

para erigir una nueva ruina y castigar dulce lo caduco.

Si la sangre envolvió tus huesos para hacerlos de mármol

fue por causa injusta que nos ha desheredado,

grande urbe ardida y cientos de veces caída,

cientos de cimientos mudos a la espera de esos ojos

cenizos de su estadía marchita sobre la arena.

Si la sangre envolvió nuestros huesos para volverlos de roca

fue por causa injusta que nos ha vuelto a desheredar.

¿Si no renacemos ahora quien nos devolverá la vida?

 

*

 

El último día se perdió sobre un manto humano de carne hecha girones,

sobre el yermo de la piedra se contenían todos los sudores destilados,

largos de los miles, miles de los años, largos de sus uñas como muerta materna.

La sangre es inerte y mi pulso no se emociona con las novedades,

y la vista en los ojos no sirve para maravillase en esas fotografías,

el ultimo día se perdió sobre la marea que ya no jubilaba,

sobre la cansada corriente y la agotada letrina,

trotando alrededor del rebaño dormido pidiendo limosna,

rumiantes que se apegaban a ella para morir amansados.

La belleza de vernos destruidos, los trozos ordenados de la ruina,

he visto de cerca esta memoria y siempre se repite acicalada y vespertina,

viperina dentro de mi vientre ahora he visto la ruina,

relamiéndose su belleza de vernos diluirnos

sobre mares antes esclavos y sus restos ya de fuerza,

sobre sus trozos presentados dispuestos a la cópula,

ásperos y concretos de terciopelo remoto,

vestigios de su florecimiento que ahora se muestra sediento

y bellamente marchito, bello en su esencia.

La ruina se vuelve a repetir siempre en extrañas tierras

y rebota en la orgía de nuestra imaginación,

y volvemos con nuestras manos vacías y manchadas,

si algún día florecimos ya no es posible el recuerdo,

porque esta tormenta se sucede y se agita impunemente

y las riendas ya se han roto sobre los cientos de mieles

y ahora es bella la ruina

y se vuelve a repetir.

Alaridos de sus voces para despedirnos de lejos

y los bramidos de sus piernas para expulsarnos del vientre,

reencontrase con los vencedores, ahora tan vencidos

y escupir sobre su esplendido cadáver en la planicie moderna,

y el orgullo no fue mío,

pero quizás ilumino el rostro de mis pasados,

de los que anteriormente fueron condenados.

Ahora que nos desnutrimos en su suero salado,

ahora que veneramos aquello que se ha humillado,

ahora que caminamos solos, que volvemos a la derrota,

idílica para estar con nadie,

ansiosa por acogernos en el cálido invierno del frio

donde no habrá que lavarse

y ni siquiera usar la voz mas allá de nuestro aullido,

la derrota ha sido suave como la pátina desgastada,

del rostro de la ruina me veo extasiado,

de toda su sangre derramada soy inmortal e iracundo

insaciable para mis zarpas sedientas que buscan sangre bajo la tierra,

frutos silvestres sobre su sexo,

inmortal e iracundo, insaciable para vestir pellejos

no saboreo mi sangre sino que la ofrezco

insaciable para estar contigo, iracundo de nutrirme de restos.

Vengan lentos de jubilo a observar el cadáver de la ruina,

desvistan lo blanco y desvistan lo gélido,

el cadáver yace entre la piedad y la pobreza que fue travertina,

el hálito caldoso se derrama sobre la frialdad

saboreada de aquello que fue y jamás será.

¡Como seduce la herida cuando el cuerpo es moribundo!